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Un nombre perfectamente adecuado; las mujeres siempre nos encontramos en esas, entre putas y sumisas. En cuanto al frontal, reconozco que no he pasado del título, ni falta que me hace. Reconozco que cuando me llegaron los ecos de un título semejante lo primero que pensé es que se trataba de una secuela de Las 50 tonterías de Grey, algo tipo sadomaso light. Luego me enteré de que era una cosa escrita por una escritora católica y que edita un señor arzobispo que gusta de vestirse con faldas y puntillas y no de cuero, como sería lo esperable. La Iglesia católica parece un club de señores con gustos sexuales digamos… no mayoritarios y que llevan varios siglos intentando arrancar de sus placeres a la gente, aunque jamás han renunciado a darse gusto ellos mismos. Yo le diría al metropolitano que debería tratar de superar sus obsesiones, hasta el Papa lo ha dicho. Comenzamos por San Pablo, basic coverage obsesionado con la sumisión femenina. El Maleficarum funcionó un par de siglos hasta que fue modernizado en el XVII por cualquiera de los libros que el clérigo Ludovico Sinistrari dedicó a narrar con todo lujo de detalles la manera de buscar las marcas del diablo que, qué acaso, se esconden en los genitales de las mujeres. Sinistrari nos ilustra acerca de la manera de rebuscar cuidadosa, lenta y detenidamente en esos vegüenzas en los que la marca demoníaca puede encontrarse si se busca perfectamente.